domingo, 26 de diciembre de 2010

el pescador, los peces, el mar


foto: Damián Liviciche



Su pito al borde la cama pareciera caerse o señalarme el suelo. La sábana lo cubre en partes, en partes también lo imagino, está tan dormido como él.¿Podría un ser humano admirar tanto el sexo de un hombre como yo admiro al suyo? ¿Alguien más lo habrá admirado así, una noche como esta? La completud* de su cuerpo empieza y termina ahí. El impulso de mi carne me empuja hacia él, como una “animala feroz” quisiera ultrajar sus sueños y que despierte con su pija en mi boca. ¿Estaré ahí cuando despierte?A veces somos sombras en la calle, caminamos colgados uno del otro, estrechándonos bien fuerte las sombras, para darle batalla a lo nos pasa, cada día, todos los días.Ahora se da vuelta y su culito invoca a los astros, esta tan calida la noche y nuestros cuerpos transpiraron tanto, su cola brilla, lleva mis marcas en su espalda, hoy la luna vino más llena y por ella es posible ver los detalles; cada pelo, cada pliegue, sus fluidos, los míos.Pero es feo saber que está ahí, dormido esta vez, angelical esta vez, efímero esta vez, que hay mucho silencio para una sola noche que se parte al medio, que se corta por el centro, en el punto donde ella lo llamó, antes de su llamado y después de él, hay mitades.Esta noche viaja al sur, dijo que tiene negocios en el puerto de no sé donde. Es pescador, nunca pensé conocer a uno, creí que eran atípicos o difíciles de encontrar en esta modernidad tan moderna. Pero siguen reproduciéndose desde el puerto, primero su abuelo, luego su padre y por último él que tampoco querrá eludir el mandato familiar. Sus hijos vendrán desde el mar y volverán a irse como él.El llamado de ella pareciera responder a una naturalidad obvia, yo que la conozco sé de su cara de pez: el mar atrae al mar, el mar al puerto y en una relación histeria, los peces a sus pescadores, lo cierto es que el más débil siempre muere al final. ¿Y yo? Nací volátil, más terrena que acuática y ambigua, sobre todo, porque puedo fingir.Hoy va a dormir hasta el mediodía, espero que para entonces ya me haya ido. Podría entibiar con mi lengua, de acá a la eternidad, si es que existe, cada parte de su cuerpo, la piel curva de sus hombros, la comisura de sus labios, arriba, abajo, también los bordes.¡El mar huele a sexo! Su falo húmedo dorado hermoso, ese que hace a penas unas horas fue un pez entre mis piernas, ahora es un iceberg que se aleja de esta habitación y yo, soy la única en tierra viendo como todo se va a la mierda.“¿Y si ha de volver?” No quiero estar despierta cuando todos duerman, quiero ser día, quiero ser un día otro, no este que se aproxima. Lo quiero pez entre mis piernas, lo quiero tibio, lo quiero mío, me quiero mar, me quiero río.
Me quiero agua sin límites para atraerlo siempre.






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*Prefiero la “completud” a la completitud, cuestión de sonido, meramente estético, de todas maneras me vas a entender, tu “completud” es más encantadora.

martes, 21 de diciembre de 2010

Yoko



¿Alguien habrá transitado su cuerpo con esta paz, que sólo se da en sueños, cuando nos sentimos volar entre casas, edificios y cables de teléfono? ¿Será esto lo más parecido a estar muerta?
El teléfono sonó de más esta vez, hubiera preferido un silencio absoluto y denso, pero no, sonó y para qué: El no va a ir a tu casa esta noche, tampoco la próxima, ni la siguiente.
Y bueno, lo que vino después fue una tristeza onda, de esas que se transitan pocas veces en la vida, o muchas, si se tiene una vida como la mía, perdí tantos hombres como la mismísima Argentina en las islas Malvinas. Cuantos seres queridos desperdigados de a pedazos en mundos extraños. Y ahora él, una especie de deja vu eterno, y que al parecer no dejará de volver.
A veces, me preguntan, amigos más jóvenes que no perdieron a nadie, cómo se transita el duelo y la verdad no tengo muchas respuestas, ni siquiera la práctica te vuelve experta: “todo es cuestión de tiempo y acostumbrarnos a lo que no vuelve”, les digo.
Él nació en Hong Kong, sus padres lo trajeron a la Argentina cuando apenas tenía dos años; yo lo conocí catorce años después en el secundario, nos habíamos hecho muy amigos porque él tenía toda la calma que jamás tuve ni tendré, era mi yan, el complemento perfecto.
Y ahí estaba el muchachito oriental, el hombre más intenso y caballero que una joven podía conocer, en una edad de descubrimientos y nuevas sensaciones. En medio de tanta ebullición, un par de manos calmas y atentas son más que necesarias.
Nos habíamos estado buscando todo un verano, pero la relación comenzó a dar sus frutos físicos tiempo después, en época escolar, durante los primeros meses de clase. Entendimos que tantos besos y tantas ganas de tener al otro ya no era cosa de amistad sino un sentimiento de otra índole, que tampoco identificábamos, ni entendíamos.
Un día, a la salida del colegio, fui a su casa, llevábamos restos del uniforme escolar colgados del cuerpo, eran como una excusa de nuestra supuesta moralidad, para el mundo estábamos vestidos, mirando videos de música, mientras tomábamos mate en su habitación, pero dentro de la intimidad de nuestros abrazos, nuestros cuerpos se frotaban tibios en la sensualidad de descubrirnos la piel en un juego histérico, poco a poco.
En cierta forma era cierto, estábamos vestidos, pero él tenía el cinturón abierto, el cierre muy bajo, y un bóxer blanco que con cada beso intenso se humedecía más, mientras mis piernas se deslizaban entre sus manos, friccionándolas lento entre pequeños espasmos de placer. Mi ropa interior yacía quién sabe en qué lugar de la habitación y permanecía ahí, discreta, desde hacía más de media hora.
Él tenía olor a mí en la boca; desde chica eso me excita, chupar labios con olor a sexo de mujer, mi propio sexo. De un momento a otro suponíamos iba a pasar pero no, no lo hacíamos por miedo, miedo al dolor de las primeras veces; pero entre nosotros siempre habría miedo y dolor, eso lo sabría más tarde, casi siete años después.
Todos nuestros encuentros eran para descubrirnos de a poco, era la práctica de un juego dulce y arriesgado porque no sabíamos muy bien qué vendría después, y la música funcionaba para nosotros como un punto de encuentro: Sui generis, Spinetta, Los Beatles y los noventa que se nos venían encima para avisarnos que esa era nuestra época y no otra, la de los casetes, los vhs, Volver al futuro, cine shampoo y los colores fluor, mientras que los cd´s truchos aparecerían más pronto de lo que creíamos, primero un Nevermind copiado, y después otro y otros.
Un día me sentí muy triste porque me enteré por él mismo que estaba con otra chica y que con ella también mantenía esa intimidad, que en algún momento fantaseé nuestra y única, pero su cuerpo de origami iba de mano en mano, de las de ella a las mías. Lo sentí sucio en cada pliegue y me alejé temblando de tristeza, una tristeza onda como la de hoy.
Tiempo después todo volvió a la normalidad, pero antes Yoko tuvo que aguantar mi enojo, recuperarme con paciencia, esa que lo caracterizaba y cuando por fin llegó el momento, nos agarramos fuerte y no nos soltamos más, hasta ahora.
Hace tres o cuatro años decidimos dedicarnos a la música, teníamos una banda pero nos mató la convivencia, así que me llevé la guitarra, él su bata, y la seguimos por separado, él con un grupo de gente freak, que no me gustaba demasiado, yo con mi mejor amigo, otro freak, pero buena onda. Yoko empezó tomar cocaína muy seguido, estaba siempre al filo de los excesos (de todos), a punto de cortarse y caer. Traté de volver a nuestros lugares comunes, traté de devolvernos a los viejas épocas, pero el ya no quería volver, no tenía ganas. Se terminó de hundir el día que murió su viejo y ya no lo pudimos sacar. La mamá decidió llevarlo a un centro de adicciones, lo fui a visitar un par de veces porque la mayoría del tiempo él se escapaba y después de una gira venía a llorar entre mis piernas, pero ya no era mi Yoko, sino más bien otro. Toda su vida había cargado con una tristeza profunda y la llevaba en su mochila diaria, no había nada que lo sacara de ese pozo horrible, cayó quién sabe por qué. Pero ahí estaba: un día hundiéndose, al siguiente otro poco, y al próximo ya no tuvo profundidad en qué caer.

Instantáneas





.




pequeña mujer mira al sudeste,
conoce de las nubes,
la yerba verde,
Mira liviana que hay detrás,
de lo de atrás.

Cambio

y

fuera.

Una nube se acerca,
a colgarnos ahora,
o a esperar que la tormenta pase,
torpe tonta
tormenta

.

Mi persiana americana está abollada, pintó Violencia Rivas y un par de sensaciones lo fi


,

Llueve.
Muchos imanes sobre el blanco heladera. Hay un limón cortado, hay Fernet, queso, no hay Bukowski, no hay coca, no hay radio, tampoco cds.
Algo da vueltas, es negro y zumba. Zumba como la nostalgia, el recuerdo, las fotos viejas, los ausentes. Una brisa cierra la ventana y ese algo persiste, denso y negro, dando vueltas.

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Soy demasiado chiquita como para meterme todo lo que siento. A veces las cosas se me escapan. Hay bordes, los míos hacen ruido de puerta vieja que siempre se abre y se cierra con una brisa tonta de verano, soy eso, una puerta, que se desnuda en el vaivén:


cerrada abierta

.

Tengo una punk adentro, me entró por los ojos. Y ahora en mis entrañas, clava tachitas por todos lados, escarba y escarba. No para, yo tampoco.
.
Cansada de la mierda de los pájaros, no vuelan/se caen. Caí antes de llegarte. Tus piernas son orillas alejandose, justo a tiempo.

martes, 14 de diciembre de 2010

Sensaciones de un recital en Palermo Hollywood, El mató en Niceto Club

La banda al palo en el escenario, luces azules, humo y un poquito de olor a mariguana.
El chango llena de amor el escenario, con ese carisma freak que lo caracteriza y los otros agazapados en sus instrumentos hacen silenciosos, el trabajo sucio; indie-rock, bello, bellísimo indie platense.
Las groupies al costado del salón, apiladas, trepándose una sobre la otra, llenas de baba y de perfume caro, porque la mayoría así son, bien palermitanas. Ya lo dijo el Indio “el lujo es vulgaridad” y estas lo son, vulgares por demás, pero muy lujosas. Ellas comen la caca de la Rollingstone y lo creen todo, por eso van trás ellos, músicos de la plata, feos para el ojo común, pero claro músicos al fin, todas quieren ser la novia de un rockstar o que se las cojan de vez en cuando para conseguir pases vip y esas pulseritas fluor que te abren todas las puertas, y más, hasta sus propios culitos Soho.
Algunos de ellos, los músicos digo, caen en sus garritas pero saben, saben bien porque están ahí y porque la babita de ellas es un néctar dulce intercambiable y retornable.
Es común en el ambiente del rock ver al músico vestido con zapatillas viejas, remera de una banda extranjera gastada por el uso, jeans cortados y de la mano de ellos nenitas vestidas a la última moda, hermosas perfumadas, ricas seguramente. Quizá el prejuicio sea mío, y la fauna que veo en este recital es tan sólo la fachada de un mundo mucho más profundo, sensible.
No, no creo.
Acá vamos de nuevo: una groupie me saluda porque me vio charlando con uno de los músicos. Lo mío es por trabajo, pero bueno quién no tiene una groupie adentro, ellxs nos crean y nosotrxs lxs creamos a ellxs, así se vive y se hace al rock, lxs periodistas somos un poco groupies pero nos disfrazamos de intelectuales cargados de críticas y oraciones exóticas para definir a la música.
Mi noche concluye sin muchas novedades, pogueé, la banda explotó como de costumbre, me llené de alegría y salí. Afuera mi novio, me espera, también una o dos cervezas frías. Hace calor, está lindo para caminar y ver que hay más allá, por suerte mis ganas de explorar se agotaron cuando ya no hubo más cervezas y el colectivo que me llevaría al oeste, vendría rápido, muy rápido, pero la ida a casa llevaría su tiempo y ya tengo sueño, alguien me dijo, antes de volver a Hurlingham, deberías vivir por la zona y le sonreí intentado no ser irónica.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Una Pelopincho


La luz arrebataba de tus pechos, como látigos, muy dulces por cierto, las sombras más tiernas. La habitación respiraba de nosotras todo el humo del mundo, la humanidad entera, sabés. Pero, aún así, teníamos una paz compartida que se nos enredaba a la piel con cada abrazo, porque teníamos que abrazarnos con fuerza entonces, para no dejarnos nunca. Pero el tiempo tiene sus cosas, y nosotras también.
Hace tiempo que no venís por casa, dicen que te mudaste bien lejos, como para no verme ni por casualidad, y conociéndote, seguro que te fuiste más lejos de lo que cualquiera podría imaginar.
Esa noche jugamos a los pececitos, te hundiste en tu Pelopincho y entre la oscuridad de la noche, y luminosidad de la luna, asomaste húmeda, brillante. Para no dejarte sola en semejante escenario me desnudé, me acerqué al borde de la pileta y me hundí bien adentro, con las manos, el cuerpo, toda y también en partes, porque había que salir por un poco de aire. De tanto en tanto la boca la usábamos para respirar.
Desnuda, te fuiste apagando, enmudeciendo, desfigurando, pero era otro escenario, que de tan oscuro, hoy es indescriptible.
A tu Pelopincho, este año la arma tu hermano para tu sobrinita. Desde mi edificio, tu piletita es sólo un rectángulo celeste; ¿cómo nos veríamos desde acá, aquella noche, seríamos formas azules oscuras, moviéndose, brillando, frenéticas?
Yo no sé a quien le vendí el disco ese que escuchábamos seguido, tampoco sé por qué lo vendí. Era de Sublime y no practicamos santería, no porque no supiéramos sino por falta de tiempo, es que el amor es algo muy intenso.
Me sorprende que después de tanto juego una de las dos se borre del mapa. Para aplacar la sed de la otra, qué queda.
Es verano, el ventilador gira con un ruido infernal, casi no puedo/no quiero dormir. Sobra el cemento de la calle, los mosquitos también, sudo, brillo. Estoy mojada de recordar y de tanto calor, Buenos Aires es cruel en verano, ante mi pobreza lo es, por suerte hay una brisita que me corta la respiración y sigue. Una ducha fría.
Estoy sola bajo la lluvia, la luna asoma por la ventanita del baño, puedo verla recortada por la mitad, abajo algo pareciera chapotear, el ruido viene de tu pileta. Salgo desnuda toda mojada y no hay nadie, sólo una pelotita que cayó y ahora se mueve con el viento.