jueves, 10 de febrero de 2011

Con él siempre somos sonidos




Con él siempre somos sonidos, mi corazón: “plop” de alegría, mi cabeza hace “goon” con sus palabras, que a veces son vientito tibio y otras cachetadas, y “crash”: mi todo de vez en vez y no es a causa de él sino de mi.
Con el somos risas, no hacemos bien, volamos, el lo siente, yo también, pero eso lo hacemos en silencio como cuando hacemos el amor. Y el silencio es la unión perfecta entre nosotros y los cuerpos quedan en algún lugar de la habitación, probablemente en la cama, o no. Hay huecos hermosos donde amar al amor, huecos tan intensos, que solo dios y su cara llena de suspiros saben.
Abrazamos a dios, lo iluminamos de nuestra luz, lo manchamos de alegría, dios sabe, nosotros también.
Con él somos la tierna cadencia del agua que fluye entre los adoquines de una calle vieja y curtida por el sol. El ritmo de una respiración lenta, hay mucho de paz, de montañas de lagos y jardines inmensos, hay mucho de sonido y de silencios. Hay algo atrás de las palabras que no puedo tocar, un sonido mi amor, ese que sos, tan cierto, tan verdad.

No para de volver


Foto: Damián Liviciche

No para de volver, vuelve con las mismas palabras: una pelopincho, el tren, la poesía cayendo de sus manos, los conejitos, todo igual que ayer.
Acumulo palabras para dejar una huella de algo y ella vuelve, si por un segundo no lo hace es solo para volver arrepentida de no haberlo hecho un segundo antes. No puedo hacerla aire, a veces no quiero.
No para de volver, ya lo dije, pero esta vez en un sueño, pero no era ella si no su abuela. Vino vestida de yogin blanco y sombrero de pana, a hablarme de su nieta y a decirme algo del frió de sus tierras, raro, porque ellas viven cerca de casa y acá el verano es intenso.
Me habló de un lugar arbolado donde el calor se hace fuego bajo el sol y en la sombra es mejor tener un abrigo cerca, bien cerca.
Esta incógnita es una remake de los viejos tiempos: su abuela hablando de cosas exóticas en el patio de la casa, mientras regaba nuestros tomates. Qué felices fuimos plantándolos como a hijos que nacen de la tierra, y yo era madre y ella madre, y la tierra era madre.
Hoy los tomates no están y su abuela vino a hablarme en un sueño. Por alguna razón su abuela siempre era parte del decorado de nuestros mejores momentos. Aunque, el sexo lo guardábamos en la intimidad de mi pieza, cuando todavía mi caos interno no se había exteriorizado. Recuerdo el orden de de las cosas vistas a través de sus piernas, las sabanas siempre limpias y perfumadas, sin remolinos ni erupciones raras, el piso brillando y mis libros ordenados por colores, naranjas y amarillos, primero.
En el sueño había un sol radiante, era verano y su abuela me decía algo sobre ella, pero esos momentos están silenciados como por una interferencia en el sonido, casi no puedo captar los fragmentos. Me preguntó si había comido, le dije que no, entonces me invitó a comer, pero insinuo que si tenía plata seria mejor, aunque ella podría facilitarme algunos pesos. En la imagen siguiente estoy en mi pieza poniéndome medias largas, botas, abrigo y una boina de lana. Y el sueño terminó justo cuando salí a la puerta de casa y su abuela me llevaba a caminar. Lo último que recuerdo era su brazo tomando el mío y el sol ocultándose de a poco entre los árboles.

La propina y su boca fucsia


Xilo: Omar Sisterna

Boca color fucsia perlado, en una cara perfecta, habla portugués pero me pregunta cosas en castellano, se le nota el acento de Brasil. Short blanco ajustado sobre las piernas morenas y largas que terminan en unos suecos de madera altos. Una camisa blanca sin manga y un escote profundo, sus tetas ocupan mi atención, casi no puedo dejar de mirarlas pero disimulo. Hay un Él detrás de ella, se sientan juntos.
El salón del bar aun está vacío, puedo dedicar mi tiempo laboral a ella, mientras armo una bandeja para las mesas de afuera.
Cuando vuelvo me preguntan algo de la carta y ella no deja de mirarme, yo tampoco, nos sonreímos cómplices mientras me pide una cerveza y una pizza de jamón y morrones, él hace un comentario pero no le presto mucha atención, igual le sonrió.
Sigo atendiendo. Ya es tarde, todo el mundo viene a esta hora.
El tiempo pasa y ella habla con él, me pregunto quien será, parece una puta, él es un tipo de guita, se le nota, y ella le habla como a un nene, gesticula y lo acerca sus tetas para hablarle, con sus pezones podría tocarle la pera, bastaría un mínimo movimiento.
Ahora estamos mi cabeza y yo practicando un diálogo sin sentido, a esta hora me empiezan a doler las piernas, pero me consuela saber que tengo el bolsillo de mi delantal lleno de billetes, siempre buenas propinas para mi corazón de princesa proletaria.
Ella se acerca de más, casi me susurra al oído: ¿donde está el baño? Quisiera hacerle una visita guiada por todo el sanitario, mostrarle las grietas de cada azulejo, verla en el espejo mirarse, mirarme, tocándonos. Mostrarle con mis manos la textura de las cosas, y que nos exploremos juntas. Ver nuestras lenguas movedizas balbuceando palabras que nos enciendan, su labial sobre la piel desnuda de mi sexo. Verla mancharme de fucsia cada pliego, también el cuerpo entero. Quiero llenarme de sus colores, acariciar el blanco de su ropa, sentir la textura de sus uñas rojas y de la piel morena y suave de sus empeines, respirarla toda hasta que ya no se pueda.
Sale del baño y me pide la cuenta, ya en la mesa se la entrego, ambos me agradecen. Me miran amablemente, por un momento siento que saben lo que pienso y lo que pensé, pero no, es porque los atendí muy bien, sobre todo a ella que ahora me sonríe. Ambos se levantan, me saludan, me dejan una buena propina y ella me mira la boca casi como comiéndomela, me sonríe de nuevo y se va.
Demasiada voluptuosidad para una sola noche, la recuerdo, pasaron dos horas, levanto vasos, copas y botellas vacías. Mientras termino de ordenar una mesa siento que alguien me respira muy cerca, es Ella, volvió. La ayude a buscar una pulsera que creyó olvidarse en el local, buscamos debajo de la mesa, casi no queda nadie alrededor. Bajo el amarillo del mantel, nos miramos fijo, estamos muy acerca, siento como su aliento dulce me eriza la piel, hay una tensión fuerte entre nosotras, casi me desbordo y justo cuando ya no puedo más: me besa. No lo puedo creer, por dentro creo que esto solamente lo estoy escribiendo, y que nunca pasó. Pero ahí está la carne tibia de su boca rozándome, pintándome de fucsia. Tiemblo, no sé que hacer, ella me dice el resto al oído, planeó todo, hasta en que lugar desayunaríamos luego.