by Diego Fernandez |
Llueve, él se sienta a la mesa y
recuerda dos o tres cosas importantes, darle de comer al gato, un análisis de
sangre a la mañana siguiente, llamar a alguien, ¿llamar a quién? El aliento le
sale como una cascada, se le estira la boca, siente que puede nombrar, pero
olvida, olvida pronto. Recurre a las imágenes, piensa que con la cara, vendrá
el nombre y el llamado como acto reflejo a los minutos siguientes. Pero no, la
mesa vacía lo distrae. El gato araña el sillón del living, gira el cuello para
retarlo. En un flash, el gesto le viene a la memoria. Se queda quieto, para no
desmotivar el recuerdo: un gesto, pelo oscuro y largo sobre esa cara, cayendo
hasta un hombro desnudo, que tal vez sea de mujer o de hombre, podría ser de
hombre. Vuelve a la práctica solitaria de la mesa vacía. Último cigarrillo. Saldrá
a la caza de un quiosco abierto. Está casi desnudo, tendrá que abrigarse,
afuera sigue lloviendo. El agua no le molesta, el viento, si, siempre le
molesta el ruido del viento y las sombras de la lluvia. Va a salir. Antes mira
su reflejo en el espejo, otra vez el gesto, el pelo negro y largo sobre ese
gesto, cayendo sobre un hombro y ahora un movimiento, va a girar la cabeza, la
descubre, es ella sentada en un sillón, que podría ser su sillón o cualquier
otro. ¿La llamaría más tarde? Es un capricho. No puede hacerlo. Se ajusta el
cinturón. Y otra vez el gato araña el sillón, al darse vuelta, no es el gato, sino ella acariciando un sillón de terciopelo gris, siempre la recuerda así.
La siente y se acomoda para verla. Estira la mano a una tarde de primavera. Ella
fuma y lo mira de costado, cuanto lo seducían esos ojos, cubiertos de pelo
negro y lacio. Cree que va a tocarla y se toca, a pesar de la noche de lluvia y
los cigarrillos. Se recuesta en el sillón. La siente entre sus piernas, la ve
subir hasta su cuello, ella le da besos tibios, apenas húmedos. Sus piernas largas, traban las de
ella. La fricción lo sofoca, siente que va a gritar. Agarra con las manos de
ella sus pechos, los siente afirmarse en el universo, cree que va a gritar, pero retrocede, y la recuerda como a otra tarea pendiente.