domingo, 20 de abril de 2014

En los tiempos del bit

Las notebooks de mis amigos están casi muertas. Los calcos, efímeros, recortados, adhesivos, conteniendo la respiración del tiempo a un costado del teclado. Cogimos escuchando The Cure, estuvo bien. Me sorprendió tu manera de dar amor y el vaivén de las sábanas, la excusa que encontramos para seguir vestidos de una manera tonta.

Tu notebook se está muriendo y quiero cambiar de música. Como en los viejos tiempos con la tv, vamos moviendo el material para que la luz haga contacto. Los dos ahí en mitad de la noche, cobijados por la luz azul y la música del Windows que se reinicia. Un trampa mortal: dos soledades miran el resplandor. De pronto, el ocaso. 

La pantalla de You tube se ofreció mejor que nunca. Ruido de teclado. Primero Coiffeur. Después Javiera Mena. “Viste todos esos tienen el ruido del bit… tit tit tit tit tit”. Un corazón electrónico que se agita cuando quiero hablarte del amor en el placer y del placer en el amor.  En eso nos parecemos a los otros, los de las notebooks casi muertas, contenemos las respiración del tiempo y lo exhalamos en un gemido.  

El sexo. Dar vueltas, arremolinarse en la cama y tras cada explosión, seguir un poco más para ver hasta donde el cuerpo se rompe, si es que puede en una noche de ciudad, alguien romperse por dentro con la fragilidad de un papel en el que se escriben frases que sólo se dicen al oido. ¿Qué es el amor? la luz azul de una pantalla. Darnos a eso. Me preguntaste algo que no recuerdo creyendo que yo era la misma que había entrado por la puerta la primera vez. Mi respuesta te gustó: No te quiero para mi, te quiero para todos. Y si, te quiero para todos porque comprendo tu forma de dar amor, un instante: un calco sobre la notebook que se apaga cuando intento escribir mi contraseña. ¿Qué es una contraseña? un lugar lleno de puertas y pasadizos sin ventanas a donde el sol no llega. Una entrada al encierro. 

Desnudos todos nos parecemos. Me pregunto con qué me encontraría si  les quito los calcos a las computadoras de mis amigos: suciedad acumulada, cadáveres de existencias microscópicas, cicatrices de pegamento. El tiempo es tan abrumador cuando deja su huella. Un dedo aprieta una tecla, otros suben por mi entrepierna, se meten por el medio y encuentran el hueco húmedo, ocupan el vacío, ese espacio físico que tenemos para demostrar que estamos solos con nosotros mismos. La mano entra y sale. Gira, él a veces lo hace como Las Ellas con las que estuve. Un giro, otro cambio de sentido, y el orgasmo llega. "Mirá todos estamos desnudos". Momento de silencio. 

Siempre hay una escalera, de una forma u otra siempre hay una escalera, vos subís y te alejas a una foto perfecta, te recorto y busco el encuadre con mis dedos. Te vas rápido, dejas de flotar, porque te sabes hermoso en ese contexto y eso no te gusta.

¿A dónde van todos esos cuerpos cuadrados, llenos de microchips y plástico, cuando no hay un técnico que pueda con sus males, cuando el azul deje de brillar? ¿A dónde van a terminar esas frases por la mitad que te deja alguien cuando te deja? Recortes de momentos, como cuando Ella me dijo mirando una peli “viste ahí está de nuevo lo que a vos te gusta, se llama aberración de la luz” y volver a pensar, porque el pensamiento es elíptico en algunas cuestiones, por qué algo tan hermoso habría de ser una aberración. Mucho sol poblando la imagen. Se queda con todo.

El equilibrio llega con la mañana,  buscas tu ropa y yo la mía. Salís, me abrís la puerta, yo salgo, y al final de la calle nos saludamos con un beso y un abrazo, como buenos amigos.

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