Xilo: Omar Sisterna
Boca color fucsia perlado, en una cara perfecta, habla portugués pero me pregunta cosas en castellano, se le nota el acento de Brasil. Short blanco ajustado sobre las piernas morenas y largas que terminan en unos suecos de madera altos. Una camisa blanca sin manga y un escote profundo, sus tetas ocupan mi atención, casi no puedo dejar de mirarlas pero disimulo. Hay un Él detrás de ella, se sientan juntos.
El salón del bar aun está vacío, puedo dedicar mi tiempo laboral a ella, mientras armo una bandeja para las mesas de afuera.
Cuando vuelvo me preguntan algo de la carta y ella no deja de mirarme, yo tampoco, nos sonreímos cómplices mientras me pide una cerveza y una pizza de jamón y morrones, él hace un comentario pero no le presto mucha atención, igual le sonrió.
Sigo atendiendo. Ya es tarde, todo el mundo viene a esta hora.
El tiempo pasa y ella habla con él, me pregunto quien será, parece una puta, él es un tipo de guita, se le nota, y ella le habla como a un nene, gesticula y lo acerca sus tetas para hablarle, con sus pezones podría tocarle la pera, bastaría un mínimo movimiento.
Ahora estamos mi cabeza y yo practicando un diálogo sin sentido, a esta hora me empiezan a doler las piernas, pero me consuela saber que tengo el bolsillo de mi delantal lleno de billetes, siempre buenas propinas para mi corazón de princesa proletaria.
Ella se acerca de más, casi me susurra al oído: ¿donde está el baño? Quisiera hacerle una visita guiada por todo el sanitario, mostrarle las grietas de cada azulejo, verla en el espejo mirarse, mirarme, tocándonos. Mostrarle con mis manos la textura de las cosas, y que nos exploremos juntas. Ver nuestras lenguas movedizas balbuceando palabras que nos enciendan, su labial sobre la piel desnuda de mi sexo. Verla mancharme de fucsia cada pliego, también el cuerpo entero. Quiero llenarme de sus colores, acariciar el blanco de su ropa, sentir la textura de sus uñas rojas y de la piel morena y suave de sus empeines, respirarla toda hasta que ya no se pueda.
Sale del baño y me pide la cuenta, ya en la mesa se la entrego, ambos me agradecen. Me miran amablemente, por un momento siento que saben lo que pienso y lo que pensé, pero no, es porque los atendí muy bien, sobre todo a ella que ahora me sonríe. Ambos se levantan, me saludan, me dejan una buena propina y ella me mira la boca casi como comiéndomela, me sonríe de nuevo y se va.
Demasiada voluptuosidad para una sola noche, la recuerdo, pasaron dos horas, levanto vasos, copas y botellas vacías. Mientras termino de ordenar una mesa siento que alguien me respira muy cerca, es Ella, volvió. La ayude a buscar una pulsera que creyó olvidarse en el local, buscamos debajo de la mesa, casi no queda nadie alrededor. Bajo el amarillo del mantel, nos miramos fijo, estamos muy acerca, siento como su aliento dulce me eriza la piel, hay una tensión fuerte entre nosotras, casi me desbordo y justo cuando ya no puedo más: me besa. No lo puedo creer, por dentro creo que esto solamente lo estoy escribiendo, y que nunca pasó. Pero ahí está la carne tibia de su boca rozándome, pintándome de fucsia. Tiemblo, no sé que hacer, ella me dice el resto al oído, planeó todo, hasta en que lugar desayunaríamos luego.
El salón del bar aun está vacío, puedo dedicar mi tiempo laboral a ella, mientras armo una bandeja para las mesas de afuera.
Cuando vuelvo me preguntan algo de la carta y ella no deja de mirarme, yo tampoco, nos sonreímos cómplices mientras me pide una cerveza y una pizza de jamón y morrones, él hace un comentario pero no le presto mucha atención, igual le sonrió.
Sigo atendiendo. Ya es tarde, todo el mundo viene a esta hora.
El tiempo pasa y ella habla con él, me pregunto quien será, parece una puta, él es un tipo de guita, se le nota, y ella le habla como a un nene, gesticula y lo acerca sus tetas para hablarle, con sus pezones podría tocarle la pera, bastaría un mínimo movimiento.
Ahora estamos mi cabeza y yo practicando un diálogo sin sentido, a esta hora me empiezan a doler las piernas, pero me consuela saber que tengo el bolsillo de mi delantal lleno de billetes, siempre buenas propinas para mi corazón de princesa proletaria.
Ella se acerca de más, casi me susurra al oído: ¿donde está el baño? Quisiera hacerle una visita guiada por todo el sanitario, mostrarle las grietas de cada azulejo, verla en el espejo mirarse, mirarme, tocándonos. Mostrarle con mis manos la textura de las cosas, y que nos exploremos juntas. Ver nuestras lenguas movedizas balbuceando palabras que nos enciendan, su labial sobre la piel desnuda de mi sexo. Verla mancharme de fucsia cada pliego, también el cuerpo entero. Quiero llenarme de sus colores, acariciar el blanco de su ropa, sentir la textura de sus uñas rojas y de la piel morena y suave de sus empeines, respirarla toda hasta que ya no se pueda.
Sale del baño y me pide la cuenta, ya en la mesa se la entrego, ambos me agradecen. Me miran amablemente, por un momento siento que saben lo que pienso y lo que pensé, pero no, es porque los atendí muy bien, sobre todo a ella que ahora me sonríe. Ambos se levantan, me saludan, me dejan una buena propina y ella me mira la boca casi como comiéndomela, me sonríe de nuevo y se va.
Demasiada voluptuosidad para una sola noche, la recuerdo, pasaron dos horas, levanto vasos, copas y botellas vacías. Mientras termino de ordenar una mesa siento que alguien me respira muy cerca, es Ella, volvió. La ayude a buscar una pulsera que creyó olvidarse en el local, buscamos debajo de la mesa, casi no queda nadie alrededor. Bajo el amarillo del mantel, nos miramos fijo, estamos muy acerca, siento como su aliento dulce me eriza la piel, hay una tensión fuerte entre nosotras, casi me desbordo y justo cuando ya no puedo más: me besa. No lo puedo creer, por dentro creo que esto solamente lo estoy escribiendo, y que nunca pasó. Pero ahí está la carne tibia de su boca rozándome, pintándome de fucsia. Tiemblo, no sé que hacer, ella me dice el resto al oído, planeó todo, hasta en que lugar desayunaríamos luego.
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