jueves, 10 de febrero de 2011

No para de volver


Foto: Damián Liviciche

No para de volver, vuelve con las mismas palabras: una pelopincho, el tren, la poesía cayendo de sus manos, los conejitos, todo igual que ayer.
Acumulo palabras para dejar una huella de algo y ella vuelve, si por un segundo no lo hace es solo para volver arrepentida de no haberlo hecho un segundo antes. No puedo hacerla aire, a veces no quiero.
No para de volver, ya lo dije, pero esta vez en un sueño, pero no era ella si no su abuela. Vino vestida de yogin blanco y sombrero de pana, a hablarme de su nieta y a decirme algo del frió de sus tierras, raro, porque ellas viven cerca de casa y acá el verano es intenso.
Me habló de un lugar arbolado donde el calor se hace fuego bajo el sol y en la sombra es mejor tener un abrigo cerca, bien cerca.
Esta incógnita es una remake de los viejos tiempos: su abuela hablando de cosas exóticas en el patio de la casa, mientras regaba nuestros tomates. Qué felices fuimos plantándolos como a hijos que nacen de la tierra, y yo era madre y ella madre, y la tierra era madre.
Hoy los tomates no están y su abuela vino a hablarme en un sueño. Por alguna razón su abuela siempre era parte del decorado de nuestros mejores momentos. Aunque, el sexo lo guardábamos en la intimidad de mi pieza, cuando todavía mi caos interno no se había exteriorizado. Recuerdo el orden de de las cosas vistas a través de sus piernas, las sabanas siempre limpias y perfumadas, sin remolinos ni erupciones raras, el piso brillando y mis libros ordenados por colores, naranjas y amarillos, primero.
En el sueño había un sol radiante, era verano y su abuela me decía algo sobre ella, pero esos momentos están silenciados como por una interferencia en el sonido, casi no puedo captar los fragmentos. Me preguntó si había comido, le dije que no, entonces me invitó a comer, pero insinuo que si tenía plata seria mejor, aunque ella podría facilitarme algunos pesos. En la imagen siguiente estoy en mi pieza poniéndome medias largas, botas, abrigo y una boina de lana. Y el sueño terminó justo cuando salí a la puerta de casa y su abuela me llevaba a caminar. Lo último que recuerdo era su brazo tomando el mío y el sol ocultándose de a poco entre los árboles.

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